Gilberto Gómez Maza, el “buen samaritano”


Texto: Sandra de los Santos
Caricatura: Enrique Alfaro/cortesia

Ya no tiene la fuerza física de cuando andaba en el movimiento estudiantil del 68, tampoco de cuando regresó a Chiapas y fundó el área infantil del hospital de San Cristóbal de las Casas con cunas hechizas, focos que servían para las incubadoras y tres niñas, dos con tuberculosis y una con anemia, dos enfermedades que se siguen viendo en el estado.
Tal vez tampoco tenga la fortaleza física de cuando en un debate entre cinco candidatos a la gubernatura fue el único que habló del movimiento indígena y la causa zapatista, el que dijo en voz alta “Yo solamente tengo un jefe, un único jefe y es el que está allá arriba, Dios”.
A Gilberto Gómez Maza sus capacidades físicas no lo limitan para seguir proponiendo, convocando, exigiendo, para seguir siendo ejemplo de lucha y solidaridad.
Hace unos días el pediatra de profesión, que ha curado las enfermedades de cientos de niños y muchas veces sin recibir nada a cambio, le escribió una carta pública al gobernador del estado ahí externa su preocupación porque los trasplantes de órganos en Chiapas sean una realidad, que el hospital pediátrico en Tuxtla Gutiérrez y Ciudad Salud de Tapachula sean utilizados al 100 por ciento, que los médicos sean capacitados para que se puedan hacer trasplantes en estos nosocomios.
Al doctor le cuesta platicar, le hace falta el aire, pero hace esfuerzos porque su preocupación ahora es compartir su interés porque en Chiapas la donación y trasplantes de órganos sea una realidad.
Sabe que la tarea no es fácil, pero pide que todos se unan a la petición, a sus aliados de siempre, pero también a los adversarios. El doctor no pide algo para él, sino para un estado al que hasta ahora no se ha cansado de servirle.
Tiene tiempo de no salir de su casa en donde la acompaña su familia, sus eternos aliados, un hogar que muchas veces dejó por irse a las comunidades a ejercer un oficio que para él siempre ha sido el mejor del mundo, la medicina.
Su casa es un lugar reconfortante, lleno de luz y no por las paredes blancas y las grandes ventanas, sino porque ahí se ha entendido que Dios, con mayúsculas, solo se puede escribir así ofreciendo ayuda a los que menos tienen no por lástima ni caridad, sino por la fraternidad que debe de existir entre los seres humanos.
En un muro cuelgan, junto con su reconocimiento de Premio Chiapas, caricaturas del doctor, en una de ellas lo dibujan con su gran sonrisa, que no se le quita aún con las adversidades que se le han presentado.
Cuando se le pregunta si necesita algo, él sin dudarlo dice que lo que quiere es que los órganos que muchas personas están dispuestas a donar, como él, puedan ayudar a otros.
Jamás lo expresa, pero una forma de agradecerle al doctor todos sus años de lucha es que cada niño que curó, cada padre que le quitó una gran preocupación, cada alumno que enseñó, cada compañero con el que compartió, cada creyente que se sentó con él en la banca de una iglesia, cada persona con la que él se solidarizó ahora se una a su preocupación porque el sistema de salud del estado mejore. La lucha es nuestra.

1 comentarios:

punk cat 5:59 p.m.  

que bonito texto sandrita, y quisiera decir algo respecto al doctor, pero ya esta dicho todo.

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