SANDRA DE LOS SANTOS
El transporte público en Tuxtla Gutiérrez está dividido en los que chocan en la avenida central y los que lo hacen el Boulevard Belisario Domínguez o en cualquier calle de las colonias de la ciudad; también se dividen en los que juegan carreritas con sus compañeros y los que juegan a corretear peatones; está dividido entre los que le dan el acelerón cuando la luz todavía está en rojo o los que esperan a que se ponga en amarillo –esos son los más precavidos-.
El jueves pasado amanecí con la esperanza de que al menos por una semana mis recorridos en el transporte público serían más tranquilos. Según los que dicen que saben cuando sucede un accidente los automovilistas toman sus precauciones, en pocas palabras le bajan, pero los chóferes de las rutas del transporte público en Tuxtla sufren de perdida de memoria a corto plazo.
Mí esperanza se fue en cuanto me subí al primer colectivo del día. El chofer llevaba el periódico, que daba cuenta del accidente que ocurrió un día antes y donde salieron lesionados más de 20 pasajeros, junto a San Judas Tadeo. Cuando sentí el primer frenón no me quedó de otra que quedar viendo al Santito de las causas imposibles y pedirle que hiciera el milagrito del día y nos dejará llegar bien a nuestro destino.
Mientras cada uno de los pasajeros teníamos prisa por llegar al trabajo o la escuela, el chofer tenía como punto de destino la parada de plaza cristal, ahí se quedó varado esperando que uno o dos personas más se animarán a subirse al colectivo. Una joven vestida con el uniforme de su trabajo quedaba viendo de manera insistente el reloj, seguramente la espera del chofer se verá reflejada en su quincena.
Como para querer reponer el tiempo perdido el chofer se fue a toda velocidad sobre el boulevard y la avenida central. No se detenía ni a recoger a las personas que le hacían la parada. La lógica de los chóferes a veces es muy compleja.
Los pasajeros íbamos aferrados a los tubos, una señora hacía malabares agarrando a su hija que iba en sus piernas, sosteniendo una bolsa y agarrándose del tubo.
Intentaba leer un libro, pero mí instinto de supervivencia me hizo saber que debía de poner toda mí atención en tratar de llegar con bien al trabajo, estuve tentada a decirle al chofer que le bajara a la velocidad, pero la facha de pocos amigos y esa cara de loco extasiado que ponía al poner el pie en el acelerado me disuadió de la idea.
El pasajero pareciera que al subir al transporte público pierde todos sus derechos, el de la libre manifestación, por ejemplo, queda estrictamente prohibido criticar en voz alta la manera de conducir del colectivero salvo que quiera escuchar “pues si no le gusta agarre taxi”. Llega a perder el derecho más fundamental, el de la vida.
En la parada del parque de la marimba el chofer hizo otra parada, cuando los pasajeros bajaban del transporte aún decían “gracias” entendí que no era al hombre que iba en el volante, sino “gracias” a Dios, a la vida o a quien hizo posible que se llegara a un destino que no fuera
En la parada del parque junto con otras personas se subió un hombre robusto ya con sus años encima, pero como de casi dos metros de altura, el tipo no se lograba ni acomodar en el colectivo porque para esas alturas del trayecto en la combi no cabía ni un alma más, a veces pienso que los transportistas de Tuxtla deberían de entrar a esos concursos en los que ganan los que pueden meter más gente en un carro, seguro lo ganarían.
No sé que fascinación tienen los trabajadores del transporte público por tener la música a todo volumen, me he llegado a subir a colectivos que tienen hasta lucecitas de colores.
El volumen de la música impedía que el chofer escuchara cuando los pasajeros pedían la bajada, el hombre robusto y alto pidió la parada en el parque central, pero lo hizo con una voz tan baja que no correspondía a su cuerpo, después entendí porqué lo hizo. El tipo empuño su mano y le dio reverendo golpe al toldo de la combi al momento que le decía al chofer “cabron que no escuchas, te pedí la parada, encima que manejas como animal me saliste sordo”. El chofer no dijo nada, se quedo mudo, se estacionó y el hombre descendió, en el colectivo los demás lo quedamos viendo como el héroe nacional que estábamos esperando.
El chofer le bajó a su música y a la velocidad, los demás pasajeros ya envalentonados nos atrevimos a comentar lo mal que manejan los del transporte público. “y así le quieren subir al pasaje” dijo una señora; “estos aunque les den cursos y cursos no entiende, pareciera que lo que les enseñan es cómo irnos a matar más rápido” dijo otro señor ya con sus canas encima.
Esta semana la nota del día se la llevo el transporte público no solo por el accidente que protagonizó un colectivo de la ruta 1, sino también por la reunión que sostuvieron autoridades del transporte con concesionarios para mejorar el servicio. Cualquier iniciativa que salga de esa negociación está destinada al fracaso mientras no haya otras opciones de transporte público barato y seguro, en tanto en los que se sienten en la mesa sean concesionarios y autoridades –que también son concesionarios- que nunca se han subido a un colectivo. Pareciera que lo único que nos queda a los usuarios es encomendarnos al Santo de las causas imposibles.
3 comentarios:
Te faltó poner al hombre que asalta en las combis... si quieres deja te paso sus fotos, da miedo jajaja. Hay un señor también que da la palabra de dios en las rutas que utiliza... puedes poner en YOUTUBE "arrepientete" y lo encontrarás.
P.D. Sé que soy nueva en tu blog, pero no me gusta eso de andar poniendo unos caracteres; molesta mucho.
Besos.
La verdad eso de andar colectiveando es deporte extremo... no quiero pensar cómo me irá cuando sea mamá y haga malabares con 3 bolsas del mercado y dos niños, o cuando sea una viejita con problemas en la cadera... :P
La onda es que también los colectiveros tienen presiones y tiempos que cumplir. Parece que el problema va más allá de unos cuantos cafres drogotas...
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