SANDRA DE LOS SANTOS/ publicado en el suplemento cultural Paralelo 16 de El Heraldo de Chiapas, Año 1 num. 4, 12 de marzo 2006
Lunes 06 de marzo
20:00 horas
Rayón es para muchos un pueblo de paso, eso fue para mí, pasé la tarde caminando por sus calles. En un altavoz se invitaba a las mujeres a ver una película que se proyectaba porque faltaban pocos días para el Día Internacional de la Mujer, me apunté y fui a verla. La sala estaba llena de hombres, pocas mujeres observaban la pantalla puesta para la ocasión.
Un señor con sombrero puesto me saludó amablemente y aproveché para preguntarle dónde estaban las mujeres “en su casa, es que ya es noche y es muy peligroso que salgan”.
22:00 horas
El café me supo amargo. Recordaba a la señora que iba en la camioneta de redilas de Rayón a San Isidro las Banderas con la boca sangrando, me preguntaba qué le había pasado. Me imaginaba la respuesta y el café me sabía más amargo.
Miraba a Valeria cansada, agarró su cámara y me mostró una imagen que tomó en San Isidro las Banderas, el mismo lugar que hace casi tres años se hundió. Una anciana está sentada en la banqueta de las “minicasas” que construyó el gobierno estatal para reubicar a las familias que estaban en zona de riesgo. “Me da la impresión que está muy triste ¿no?”, dice Valeria y apaga su cámara.
Martes 07 de marzo
09:00 horas
La camioneta venía repleta. Ahí ya no cabía ni un alma más. Pero el conductor insistía en llevar más pasajeros y la gente en subirse, y es que no hay otro transporte, preferían irse en la lona que los choferes colocan encima de las redilas que esperar unas dos o tres horas más a que pasara otra camioneta, probablemente igual de llena.
Una joven indígena, pero vestida con una blusa roja y minifalda de mezclilla, hacía intentos sobrehumanos por subirse al transporte, los hombres no perdían de vista ningún movimiento de la muchacha que estuvo a punto de caerse al subir a la camioneta.
Los pasajeros se movían de un lado a otro según la dirección de las tantas curvas que hay de Rayón a Simojovel. En el camino la imagen de mujeres jóvenes, adultas y ancianas cargando varios tercios de leña era común. Algunas, además de llevar en sus espaldas la leña, cargaban adelante a sus hijos.
11:00 horas
Un guía aceptó llevarnos a las minas de Simojovel. El camino no es fácil y supongo que vivir de lo que sale de las minas tampoco. Algunas mujeres se dedican a sacar ámbar del cascajo, de lo que tiran los mineros. Pocas veces encuentran algo. Lo mucho que pueden sacar son 20 pesos al día, si bien les va.
La misma mujer que estaba tratando de sacar ámbar de los cascajos detuvo nuestro camino. “No pueden ir a las minas, ahorita habemos puras mujeres acá y nosotras no podemos dar permiso para entrar. Vayan con los hombres que están en la comunidad, ellos son los que dan el permiso”.
Persuadirla de desobedecer a sus compañeros fue inútil, las mujeres no pueden dar permiso.
13:00 horas
Sebastián nos llevó con un artesano, en el camino nos confirmó algo que en Simojovel es un secreto a voces. “Hay pocos artesanos hombres, la mayoría son mujeres, pero los hombres son los que van a vender y dicen que son ellos los que hacen las piezas, pero las que realmente las realizan son sus mujeres, ellas tienen mejor mano para hacer los detalles, aunque también hay algunos hombres que trabajan bien el ámbar”.
15:00 horas
Desde que salimos de Simojovel me dormí, pero en El Bosque lo que decía el altavoz me despertó. “Con motivo del Día Internacional de la Mujer mañana va a haber un evento. Gracias a los compañeros de la organización”. Lo último que decía la voz de la mujer es lo que no terminaba de entender, era una contradicción. Ojala y sea un mal sueño.
Miércoles 08 de marzo
11:00 horas
Es Día Internacional de la Mujer. Los compañeros de trabajo y algunos familiares me felicitan. ¿Felicidades de qué? Acaso creen que este día es algo así como el día de las madres, del amor y la amistad, de la familia y de tantos más que la mercadotecnia inventó para hacer compras compulsivas.
Las obreras calcinadas en Nueva York por defender sus derechos laborales quedan olvidadas con ese “felicidades”.El evento con motivo del día se convirtió en un show montado por no sé quién. En el discurso oficial no aparecieron las indígenas que cargan tantos tercios de leña porque jamás han tenido una estufa y probablemente no la tendrán, las que trabajan muchas horas recogiendo ámbar de los cascajos, las miles de chiapanecas que tienen como único sueldo 20 pesos diarios. Tampoco se habló de las mujeres que no salen de su casa sin permiso de su pareja, ni tampoco aquellas que han sido asesinadas a golpes. La muerte viene: huyan. No la esperen: morirán. (La muerte viene / Acteal, guadaña para 45. Héctor Cortés).
Las mujeres del norte
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Periodismo sin censura
jueves, junio 08, 2006
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