¿Qué nos da valor?

¿Qué nos da valor? De correr en sentido contrario de donde los demás salen para estar a buen resguardo; para decir en voz alta lo que muchos prefieren decir dentro de las paredes de su casa porque sólo ahí se sienten seguros; para seguir en un oficio en donde pareciera que se requiere tener vocación de suicidas para continuar en él.
Hace unos meses, no muchos, nos reunimos mujeres periodistas de diferentes estados de la república, integrantes de la Red Nacional e Internacional de Periodistas con Visión de Género. Nos juntamos para recibir un taller sobre seguridad para comunicadoras, algo impensable en otros tiempos.
Periodistas de diferentes estados narraron historias que antes de ese momento me hubieran parecido inverosímiles. Una compañera de Oaxaca, Ixtli, llegó aún en muletas todavía no le logran sacar una bala que recibió, mientras cubría la nota de la huelga de la Universidad Autónoma Benito Juárez. Lidia Cacho nos compartió un texto, de lo más recomendable, llamado “la hermandad de la muerte y la vida”, que habla precisamente de la seguridad de las y los periodistas.
Mientras escuchaba a las compañeras, sobre todo las del norte, no podía más que pensar “lo bueno que allá –en Chiapas- sólo sacan videos difamatorios”, pero precisamente mientras estaba en el taller, acá un compañero, amigo entrañable estaba librando su propia batalla. Poniendo en práctica muchas cosas que dice este manual, no porque lo haya leído, sino por mero instinto de sobrevivencia. “Desde ese día no dejó de ver por el retrovisor, de ver quien está alrededor antes de subirme al carro, tuve que cambiar mi rutina” me dijo en una ocasión.
Las amenazas, intimidaciones, atentados pareciera que es algo que le sucede al otro o a la otra, que nosotros estamos protegidos por no se qué, que somos infalibles a todo eso “que sólo” le pasa a las y los periodistas del norte del país o aquellos que “se lo buscan”. Pareciera que junto con la credencial de periodistas nos otorgan también, como al gato, siete vidas.
A veces por no parecer soberbios, aunque lo somos, nos olvidamos que nuestro trabajo incomoda, causa reacciones, alguna de ellas hasta violentas. Podríamos hacer como que no pasa nada, aunque en estos momentos este pasando de todo. Ser periodista, dice Andrés Solis, nos ubica ya en haber elegido una profesión de alto riesgo.
Para estar en este oficio hay que saber mirar atrás, esquivar los golpes, ponerse en guardia, estar alertas y este manual de autoprotección para periodistas nos dice cómo hacerlo.
Con este manual se puede aprender lo que ningún profesor de periodismo podrá enseñar jamás en las aulas: a cuidar nuestra propia vida. Hasta ahora, no hay ninguna materia que se llame ¿Cómo cubrir una nota sin ser perseguido o muerto en el intento? Correr I ó II, tampoco se enseña cómo dar a conocer una investigación periodística sin ser acusado de pornografía infantil o cualquier otro delito.

El taller, que les comentaba, fue muy enriquecedor: compartir con las compañeras, sabernos juntas, reafirmar nuestro compromiso con este oficio; sin embargo cuando fui invitada pensé que nos iban a dar un taller de cómo correr en caso de ser perseguidas –hasta empaque los tenis para la clase práctica-; de saber a dónde mirar, a quién llamar en caso de ser víctimas de un ataque, no fue así.
Este manual si va en ese sentido, se vuelve toda una guía, aunque está pensado para las y los periodistas las primeras partes le servirían a cualquier habitante de este país que está en guerra; en donde la vida humana va perdiendo “plusvalía”; donde cualquiera puede ser víctima de trata, violación sexual, secuestro, estar en medio de una situación de riesgo; un lugar en donde se han perdido muchos derechos, como dijera Galeano, “Aquí uno ya no tiene ni siquiera derecho a elegir con qué salsa quiere ser comido”.
Hay que entender que no hay amenaza pequeña, finalmente, cualquier cosa: el miedo a sufrir un atentado, perder el trabajo, ser acusado de algún delito prefabricado, cualquier circunstancia que logré hacer que no difundamos alguna noticia está atentando contra la libertad de expresión, contra la libertad de información, contra la democracia misma.
A pesar de todas las adversidades, allá afuera hay periodistas haciendo su trabajo, dispuestos a no dejar su oficio, a defenderlo; porque preferimos hacer manuales de autoprotección antes de dejar este trabajo; porque estamos seguros que este oficio es necesario; que nuestro trabajo es valioso; que alguien tiene que darle voz a esas madres que les han asesinado a sus hijas, a los campesinos que se han quedado sin tierra, visibilizar a los niños y niñas que son victima de trata de personas; denunciar los abusos que son sujeto las y los migrantes, muchas veces por quienes se supone deberían de defenderlos; alguien tiene que dar a conocer el salario de los altos funcionarios; alguien tiene que informar qué están haciendo con nuestros impuestos.
El saber que el dolor no es ajeno a nosotros; la conciencia de reconocernos como ciudadanos y ciudadanas; el saber que no es ni siquiera por los otros que lo hacemos, sino a veces por el acto más egoísta de encontrar nuestra felicidad y de quienes amamos haciendo algo porque este mundo sea algo mejor; el amor a la vida, la nuestra y la ajena, todo eso es lo que nos da valor y que nos hace seguir caminando.
*Este texto fue leído el 26 de enero del 2011 durante la presentación del libro Manual de Autoprotección para Periodistas de Andrés A. Solís Álvarez en la Facultad de Humanidades de la Unach.

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